lunes, 16 de julio de 2012

El exilio




¿Te he dicho antes, que cuando tus caricias rompían el misterio, mil voces aullaban tu nombre pronunciándolo en silencio, para no dejarme ataviar?
Que la cortina que dejaste entreabierta me dio paso a la oscuridad
Que las pasiones matan y que mañana ya no habrá más.
¿Te he dicho antes, que cuando en tus bordes mi cuerpo, encontraba el sabor de la vida, otra mi embocadura se zambullía?
Que el desatino una mentira.
Y que en tus poemas recité el canto a la libertad.
¿Te he dicho antes, que cuando nadie más comprendía, fueron tus ojos la puerta para no retornar?
Que en nuestro afán por no encontrarnos nos olvidamos de los demás.
Y que tu piel ungida en llanto me arrastró contigo a la mar.
¿Te he dicho acaso, que en las vías de la muerte, que antes hube de tropezar, más de una me ha hablado y hoy me advierten para no dejarte entrar?
Que también me han burlado.
Y que por ello el blanco y el negro no serán más.
Que a pesar de ser tus manos el delirio de mis labios, que como a uvas y a frambuesas gozo devorando pues en ellas mi legado, de húmedos rincones, de cuerpos incendiados
no me explorarán más.
Que tus promesas y tus cantos, tu voz enardecida, sigilosa y complacida
como ritos de la noche con la luna como diosa
ya no me hechizarán.
Que por ello y otros tantos mis necios arrebatos, mis versados túneles, mis sauces desvalidos y mis vacíos ecos te debo hoy de olvidar.
Que aunque es mucho mi deploro y lo que las palabras contagiosas, temerosas, por cobardes e incapaces no se atreven a expresar, es que ahora de mi corazón te he que expulsar.
Que hoy ya no son tuyos ni mis surcos, ni mis aguas; ni mis navíos arcanos, tampoco mis cascadas.
Que hoy ya no son tuyos ni la llama ni el fulgor, ni la vid ni su misterio, ni la lluvia ni su gloria, ni el jardín con mis secretos.
Que hoy ya no te pertenecen mis pactantes mimos, ni mis fragantes roces, ni mis cultos ni comuniones.
Que te despojo de mi mundo, que te despojo de mi arte, de mi brisa, de mis mares.
Que te despojo de mis ramas, de mis hojas, mis junglares.
Que te despojo de la sangre que tú mismo devoraste, para no seguir manchando con tus besos mi dolor.
Que te despojo de mis naves, de mi viaje; de mis profundas fauces.
Que te despojo de los astros, de mi canción de cuna que nunca escuchaste, de un canal que no surcaste.
Que te despojo hoy para siempre de mi peregrinaje, de mi andar errante, del peligroso Eros, también de sus designios, de mi latir rendido.


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