lunes, 5 de abril de 2010

Resumen de "la industria del deseo"

 
 
 
Desde el punto de vista del hedonismo ateo, el deseo satisfecho es un bien, pero el deseo frustrado es un mal que puede tener consecuencias funestas desde la amargura hasta los arrebatos de violencia. En El alma del hombre bajo el socialismo Oscar Wilde hizo una apología del pecado que no ha perdido vigencia: "Lo que se llama pecado es un elemento básico del progreso -escribió-. Si nadie pecara, el mundo envejecería y perdería su color. Con su curiosidad, el pecado enriquece las experiencias de la raza humana.
La mercadotecnia, con su sobreoferta de imágenes lascivas, con la imposición de pautas, frustra los anhelos naturales y propicia una especie de libertinos autistas que desconoces la satisfacción. Los dueños del capital se han montado en el carro del liberalismo hedonista para utilizar en su provecho el ansia de placeres. La gente que solo aspira a repetir placeres lúbricas copiadas de un comercial o de una película porno nunca podrá expresarse por medio de sus pecados, como quería Wilde, porque la verdadera manifestación des ser consiste en realizar las propias fantasías, o en cometer trasgresiones nacidas de una necesidad íntima. Sólo hay un camino para "salvarnos de la monotonía del tipo" en materia de tentaciones: identificar si el deseo que nos asalta viene de una fuente interna o nos ha sido endilgado por un publicista calientapollas.
Ortega y Gasset expresó esta idea maravillosamente en La rebelión de las masas: "Podemos desertar de nuestro destino más auténtico, pero sólo para caer en los pisos inferiores de nuestro destino". Los pisos inferiores del deseo están habitados por gente que en algún momento renunció a sus verdaderos impulsos y comenzó a desear en vano los fastos de la carne que le prometían las pantallas de video.
Enrique Serna

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